El Santo del Día
Santa Cunegunda, Emperatriz - II - 3 de marzo
Comentarios del Dr. Plinio:
Cunegunda, condesa de Luxemburgo, nació a finales del siglo X. Su padre el Conde Sigfried y su madre la Condesa Hedwig, Soberanos de Luxemburgo, favorecidos por la fortuna, dieron una exquisita formación a la Princesa, cuya belleza e inteligencia crecieron con la edad.
Desde niña mostró una constante inclinación hacia las cosas santas. En su corazón brotó espontáneamente el deseo de servir a Dios y a la Santísima Virgen en perfecta castidad. Dios la ayudó milagrosamente a cumplir ese santo anhelo.
Incapaz de eludir los deberes de su nacimiento, aceptó a Henrique, entonces duque de Bavaria, como su esposo. Con su esposo recibió la Corona Imperial de manos del Papa Benedicto VIII en Roma en el año 1014.
Piadoso y con gran virtud, Enrique estimaba la castidad tanto como su esposa. El día de su boda hicieron, de común acuerdo, el voto de castidad, mitigando así las probables consecuencias desastrosas de aquel matrimonio político.
Vivían en alegría, trabajando enérgicamente para la mayor gloria de Dios y la felicidad de sus súbditos.
Una virtud tan grande en un lugar tan alto era una preocupación natural por el Enemigo de todo bien. De repente, por toda la Corte Imperial empezó a correr el rumor de que la Emperatriz le era infiel a su marido. Al principio Cunegunda sufrió con paciencia la calumnia levantada contra su honor, aunque todo su ser se rebelaba contra tan gran mal.
Pero cuando los rumores crecieron y no amainaron, Cunegunda se dio cuenta de que ya no podía ignorarlos por las nefastas consecuencias que podían causar. Al ver que incluso su marido manifestaba dudas, la Emperatriz hizo una declaración pública refutando las calumnias de sus detractores. Para confirmar sus palabras caminó descalza sobre hierros candentes pidiendo a Dios que fuera testigo de su virtud. Ella salió ilesa de la terrible experiencia.
Al ver ese gran milagro, nadie se atrevió nuevamente a desafiar su santidad y el mismo Emperador se arrodilló a sus pies para pedirle perdón por su temerario juicio.
En 1025, un año después de la muerte del emperador, Cunegunda se presentó vestida con sus galas imperiales completas en la iglesia de la abadía de Kaufungen en Hesse, Alemania, un convento que ella misma había fundado. Allí hizo sus votos solemnes y entró en la vida religiosa. En la ceremonia estuvieron presentes muchos miembros del clero y de la corte.
Tras la ceremonia, Cunegunda ofreció a la Abadía un pequeño trozo de la Santa Cruz que ella, como Emperatriz, tenía el privilegio de poseer. Al terminar el Evangelio de la Misa celebrada en esa ocasión, se quitó las Joyas Imperiales para sustituirlas por el hábito sencillo de la Orden Benedictina, hábito que había cosido con sus propias manos. Luego, después de cortarle el cabello y cubrirle la cabeza con un velo, un prelado la acompañó hasta la puerta del convento de clausura, donde entró.
En adelante vivió sujeta a la Regla y santa obediencia, dando a sus hermanas el ejemplo de la práctica de grandes virtudes.
Al acercarse su muerte en 1040, se dio cuenta de que las monjas habían traído vestiduras preciosas para enterrar el cuerpo de la que había sido emperatriz de Alemania. Entonces pidió -ya no podía mandar- que le permitieran enterrarla con el hábito sencillo de la Orden junto a su virtuoso esposo y señor.
La tradición dice que cuando se abrió la tumba, se escuchó una voz que decía: "O virgo virgini, locum tribue!" (Oh esposo virgen, dale un lugar a tu esposa virgen). Y el ataúd de Enrique se movió espontáneamente para dar lugar a que el de Cunegunda se colocara junto a él.
La doble tumba de estos Reyes fue glorificada por innumerables milagros. En 1200 Cunegunda fue canonizada por el Papa Inocencio III.
O Legionario, February 26, 1939, n. 337, p. 5
El Santo del día
Las características más destacadas de la vida de los santos se basan en los comentarios realizados por el fallecido Prof. Plinio Corrêa de Oliveira. Siguiendo el ejemplo de San Juan Bosco, quien solía hacer charlas similares para los chicos de su colegio, cada tarde era la costumbre del profesor Plinio hacer un breve comentario sobre las vidas del santo del día siguiente en una reunión para jóvenes con el fin de alentarlos en la práctica de la virtud y el amor por la Iglesia Católica. TIA pensó que sus lectores podrían beneficiarse de estos valiosos comentarios.
Los textos de los datos biográficos y los comentarios provienen de notas personales tomadas por Atila S. Guimarães de 1964 a 1995. Dado que la fuente es un cuaderno personal, es posible que a veces las notas biográficas transcritas aquí no sean rigurosas siguiendo el texto original leído por el Prof. Plinio. Los comentarios también se han adaptado y traducido para el sitio de TIA.
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Cunegunda, condesa de Luxemburgo, nació a finales del siglo X. Su padre el Conde Sigfried y su madre la Condesa Hedwig, Soberanos de Luxemburgo, favorecidos por la fortuna, dieron una exquisita formación a la Princesa, cuya belleza e inteligencia crecieron con la edad.
La emperatriz Santa Cunegunda, honrada en una plaza en Bamberg, Alemania
Incapaz de eludir los deberes de su nacimiento, aceptó a Henrique, entonces duque de Bavaria, como su esposo. Con su esposo recibió la Corona Imperial de manos del Papa Benedicto VIII en Roma en el año 1014.
Piadoso y con gran virtud, Enrique estimaba la castidad tanto como su esposa. El día de su boda hicieron, de común acuerdo, el voto de castidad, mitigando así las probables consecuencias desastrosas de aquel matrimonio político.
Vivían en alegría, trabajando enérgicamente para la mayor gloria de Dios y la felicidad de sus súbditos.
Una virtud tan grande en un lugar tan alto era una preocupación natural por el Enemigo de todo bien. De repente, por toda la Corte Imperial empezó a correr el rumor de que la Emperatriz le era infiel a su marido. Al principio Cunegunda sufrió con paciencia la calumnia levantada contra su honor, aunque todo su ser se rebelaba contra tan gran mal.
Para demostrar su inocencia, Cunegunda caminó ilesa sobre metal al rojo vivo.
Al ver ese gran milagro, nadie se atrevió nuevamente a desafiar su santidad y el mismo Emperador se arrodilló a sus pies para pedirle perdón por su temerario juicio.
En 1025, un año después de la muerte del emperador, Cunegunda se presentó vestida con sus galas imperiales completas en la iglesia de la abadía de Kaufungen en Hesse, Alemania, un convento que ella misma había fundado. Allí hizo sus votos solemnes y entró en la vida religiosa. En la ceremonia estuvieron presentes muchos miembros del clero y de la corte.
Tras la ceremonia, Cunegunda ofreció a la Abadía un pequeño trozo de la Santa Cruz que ella, como Emperatriz, tenía el privilegio de poseer. Al terminar el Evangelio de la Misa celebrada en esa ocasión, se quitó las Joyas Imperiales para sustituirlas por el hábito sencillo de la Orden Benedictina, hábito que había cosido con sus propias manos. Luego, después de cortarle el cabello y cubrirle la cabeza con un velo, un prelado la acompañó hasta la puerta del convento de clausura, donde entró.
La doble tumba de la pareja imperial en la Catedral de Bamberg
Al acercarse su muerte en 1040, se dio cuenta de que las monjas habían traído vestiduras preciosas para enterrar el cuerpo de la que había sido emperatriz de Alemania. Entonces pidió -ya no podía mandar- que le permitieran enterrarla con el hábito sencillo de la Orden junto a su virtuoso esposo y señor.
La tradición dice que cuando se abrió la tumba, se escuchó una voz que decía: "O virgo virgini, locum tribue!" (Oh esposo virgen, dale un lugar a tu esposa virgen). Y el ataúd de Enrique se movió espontáneamente para dar lugar a que el de Cunegunda se colocara junto a él.
La doble tumba de estos Reyes fue glorificada por innumerables milagros. En 1200 Cunegunda fue canonizada por el Papa Inocencio III.
La corona de la emperatriz Cunegunda
O Legionario, February 26, 1939, n. 337, p. 5
Los textos de los datos biográficos y los comentarios provienen de notas personales tomadas por Atila S. Guimarães de 1964 a 1995. Dado que la fuente es un cuaderno personal, es posible que a veces las notas biográficas transcritas aquí no sean rigurosas siguiendo el texto original leído por el Prof. Plinio. Los comentarios también se han adaptado y traducido para el sitio de TIA.