Devociones Especiales
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Una meditación sobre Cristo azotado

Pueblo mío, pueblo mío,
¿Qué te he hecho?
¿Cómo te he ofendido?
Respóndeme.
Cuando vi la imagen por primera vez, quedé impactado. Porque las heridas del Sagrado Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo se presentan con tal realismo y de una manera tan brutal que el instinto de conservación del hombre clama al verlas. Uno siente el impulso de huir de ella y de pensar que no es arte representar tal horror de una manera tan espantosa. Este es, por nuestra parte, un primer impulso que debemos dominar porque es ingratitud.
Es decir, después de haber sufrido todo lo que Nuestro Señor Jesucristo sufrió por nosotros, ni siquiera queremos mirar su Cuerpo herido porque podría perturbarnos. Esto es ingratitud, una terrible falta de respeto. Ese primer impulso es comprensible, ya que muestra un sufrimiento casi palpable. Pero hay ingratitud en consentir ese impulso.
Podemos entender, entonces, por qué el escultor talló esta estatua de una manera tan terriblemente realista.
En profunda meditación
Lo primero que me llama la atención es la mirada profundamente pensativa y meditativa de Cristo.

Pero aquí interpreto la mirada de otra manera. Es cierto que el dolor está presente. Es la mirada de una persona que sufre profundamente. Pero por encima del dolor, hay una reflexión profunda, una reflexión consternada, de alguien que piensa profundamente en lo que le está sucediendo, en su significado trascendente y metafísico, el significado sobrenatural de todo el dolor que está padeciendo.

Esa mirada unifica todo en una única reflexión global sobre no solo lo que le hacen, sino también lo que le harán. Es una reflexión sobre cómo todos los hombres, a lo largo de la historia, considerarían esta etapa de la Pasión: aquellos que serían fríos, indiferentes y crueles, o aquellos que lo adorarían, transportados de amor, admiración, veneración y consideración por la situación en la que se encuentra.
Esto me recuerda las palabras del profeta Simeón sobre Él: «He aquí, este niño está puesto para la caída y la resurrección de muchos en Israel, y para señal que será contradicha». Es decir, este Niño dividiría la Historia, dividiéndola de arriba abajo, en dos grupos: los que estaban con Él y los que estaban en Su contra; unos se salvarían y otros se perderían. Me parece que todas estas consideraciones, y otras aún más elevadas, se expresan en esta mirada, que como veis, se posa a lo lejos en un punto indefinido.

Observe también la hermosa posición de sus brazos. Se podría decir que es un gran personaje que realiza un acto de alto protocolo. Incluso en las cortes, esta suele ser la forma correcta de colocar los brazos ante un rey o una reina. Así es Él. Y así es como lo veo con Su cuerpo destrozado por la flagelación, donde incluso partes de la carne han sido arrancadas.
Sabemos por la Historia que está rodeado de personas que se burlan y se ríen de Él. Pero Él no las mira. Está infinitamente por encima de todo esto, entregado a Sus pensamientos, a Su oración. Tanto es así que se podría titular esta obra: “Jesu autem orabat” [Pero Jesús oró]; o “Jesus autem tacebat” [Pero Jesús calló].
Finalmente, observen el manto de la burla: a pesar de todo, cae serenamente, con el lado derecho medio vuelto hacia atrás, indicando con estos discretos signos la belleza moral y la fuerza que no lo abandonaron ni siquiera en las situaciones más terribles.
Creo que esta es la máxima expresión de la conmovedora imagen: Cristo, pensando, reflexionando, orando durante su Pasión.

Hay, pues, una angustia —pero qué dulce angustia, qué suave angustia, qué angustia confiada—, una angustia sin agitación. «Esto tiene un fin, mi Padre escuchará mi oración y llegaré al fin». Esto tiene un significado.
Por otro lado, se puede apreciar la profunda tristeza, pero es una tristeza moral, como si estuviera divinamente decepcionado de quienes lo han abandonado. ¿No les parece que en este momento no recuerda a los miserables que lo azotan, sino a los apóstoles que lo abandonaron? Que piensa en cada apóstol, uno por uno: en San Pedro, sobre quien edificó la Iglesia; en San Juan, el apóstol virgen que horas antes había recostado la cabeza sobre su pecho para hacerle una pregunta íntima; en San Bartolomé, a quien llamó un verdadero israelita en quien no hay engaño y, sin embargo, quien también lo abandonó. Piensa en todos los demás; piensa con horror en el hijo de la perdición que lo vendió. Piensa en todos aquellos que lo traicionarían a lo largo de los siglos.
También piensa en algo que le causa gran angustia, que es magnífico, y es Nuestra Señora y el dolor que sufre.
Pero, más que todo esto, me parece ver los ojos del pensador que medita, que piensa, que filosofa y teológicamente ese acontecimiento central de la Historia, que es su Pasión y Muerte. Y que con todo esto, Él está orando. En mi opinión, es evidente que hay una oración aquí, una oración magnífica.
Me parece que en esta fotografía la impresión de dolor físico es algo menor, mientras que la de angustia y reflexión es mayor.
Todo esto se conjuga en una sola fisonomía, en la que destaca la profunda arruga de su frente. Cuando una persona piensa, a menudo se le forma una arruga de este tipo. Aquí se encuentra la meditación del verdadero Hombre-Dios, una meditación acompañada de dolor, de profunda reflexión, así como de tristeza y amargura. Una meditación que hace sangrar el alma, pero también que eleva y santifica.

Es evidente que esta imagen, para quienes, como nosotros, somos esclavos de Nuestra Señora, debe ser vista desde los ojos de San Luis Grignion de Montfort. Es decir, debemos entender que si Nuestro Señor sufrió todo esto, fue por las oraciones de María para que se completara la Redención; que si esta Sangre es aplicable a nosotros, es por las oraciones de María; que si nuestra presencia no le causa horror, sino que, por el contrario, es aceptada con misericordia, es por las oraciones de María.
Y que es con ella, por ella y en ella que podemos presentarnos a Nuestro Señor Jesucristo. Que ella es el camino necesario, por voluntad de Dios, para que nos acerquemos a Nuestro Señor Jesucristo, y seamos no dignos, pero al menos en alguna manera proporcionados a nosotros, de poder mirar su estatua y orar por nosotros y por la Iglesia.


Publicado el 10 de abril de 2025