Verdades olvidadas
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El Santuario de la Familia no puede ser
profanado por la televisión

Es bueno recordar a los católicos, especialmente a los católicos tradicionalistas, sus deberes de vigilancia con respecto a los televisores en sus hogares.

Los televisores se han vuelto tan comunes que pocos consideran su poder destructivo en la vida familiar y en la formación de la juventud. Que estas sabias palabras de Pío XII despierten su sentido católico y frenen estas nefastas consecuencias.


Papa Pio XII


La televisión, además del elemento común que comparte con los otros dos inventos técnicos de difusión de los que ya hemos hablado [el cine y la radio], tiene sus propias características. Permite a los espectadores captar con la vista y el oído simultáneamente acontecimientos que suceden a lo lejos en el mismo momento en que tienen lugar, y así ser atraídos, por así decirlo, a tomar parte activa en ellos, aumentados por el sentido de intimidad y confianza propias de la vida familiar.

Este poder sugerente que tiene la televisión en la intimidad del santuario familiar debe ser tenido muy en cuenta, ya que su influencia en la formación de la vida espiritual, intelectual y moral de los miembros de la familia puede ser incalculable -y especialmente en los hijos, quienes inevitablemente estarán más fascinados por la nueva tecnología.

"Un poco de levadura corrompe a toda la masa" (Gal 5, 9). Si en la vida física de los jóvenes un germen infeccioso puede impedir su normal desarrollo, ¡cuánto más un elemento permanentemente negativo en la educación puede comprometer su equilibrio espiritual y su desarrollo moral! Es bien sabido que muchas veces un niño puede resistir el contagio de alguna enfermedad en la calle, pero no puede escapar de ella cuando la fuente de contagio se encuentra dentro del propio hogar.

La santidad de la familia no puede ser objeto de compromisos, y la Iglesia no puede descansar de luchar con todas sus fuerzas -como es su pleno derecho y deber-
de impedir que ese santuario sea profanado por el mal uso de la televisión.

Con su gran ventaja de ofrecer entretenimiento fácil dentro de las paredes domésticas -tanto para mayores como para jóvenes-, la televisión puede ayudar a reforzar los lazos de amor y fidelidad en la familia, pero siempre con la condición de que la pantalla no muestre nada que perjudique esas mismas virtudes de fidelidad, pureza y amor…

Por eso, exhortamos paternalmente a los católicos, bien preparados por su erudición, sana doctrina y conocimiento de las artes, y en particular al Clero y a los miembros de Órdenes y Congregaciones Religiosas, a esforzarse por dominar esta nueva tecnología y prestar su cooperación para que la televisión puede beneficiarse de las riquezas espirituales del pasado y de todo auténtico progreso.

Además, es fundamental que los productores de programas de televisión no sólo respeten los principios religiosos y morales, sino que también estén en guardia contra el peligro que los programas destinados a adultos pueden tener sobre los jóvenes. En otros campos, como por ejemplo en el cine y el teatro, en la mayoría de los países civilizados la juventud está protegida por especiales medidas defensivas contra espectáculos inmorales o inconvenientes. Lógicamente, y con mayor razón, conviene extremar las precauciones para una vigilancia atenta respecto a la televisión…

Sin embargo, ni siquiera la buena voluntad profesional y la acción concienzuda de quienes se dedican a estas artes son suficientes para asegurar que nada más que el bien fluya de la pantalla de televisión o para alejar todo lo que es malo. Se exige, por tanto, una vigilancia prudente a quienes tienen televisores en sus casas. Moderación en su uso, prudencia en permitir que los niños vean programas de acuerdo a su edad y formación de carácter, el buen juicio sobre qué programas deben ver y, finalmente, prohibir ver cualquier programa inconveniente, pesa así sobre los padres y educadores como un serio deber de conciencia.

Sabemos bien que las directrices que acabamos de dar, especialmente en este último punto, pueden crear situaciones delicadas y difíciles, pero el papel educativo de los padres exige a menudo que den buen ejemplo -no sin algún sacrificio personal- renunciando a algunos programas que les gusta ver. Pero, ¿quién puede pensar que tal sacrificio solicitado por parte de los padres es demasiado grande cuando está en juego el bien supremo de sus hijos?

Siendo así – como declaramos en una carta a los obispos italianos – “es necesario y urgente formar en los fieles una fuerte conciencia respecto a sus deberes cristianos sobre el uso de la televisión” para que ésta no sirva para difundir el error. o el mal, sino que se convierte en "un instrumento de información, formación y transformación".

Encíclica Miranda Prorsus, Sôbre Cinema, Rádio e Televisão,
Petropolis: Editora Vozes Ltda, 1957, pp. 34-37, nn. 144-155.

Publicado el 22 de octubre de 2022