Derecho a la Vida
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La engañosa vacuna contra el Covid ‘segura y eficaz’
El implacable eslogan de “segura y eficaz” ha sido grabado en la conciencia pública durante más de tres años, un mantra hipnótico utilizado para justificar mandatos sin precedentes y presión social masiva.
Pero, ¿y si esta afirmación fundamental nunca se basó en una ciencia clínica sólida y a largo plazo? ¿Y si toda la narrativa se construyó sobre una ilusión cuidadosamente diseñada, que ignoró riesgos inherentes y manipuló datos para impulsar una campaña global de vacunación que desde entonces ha sido vinculada con un número asombroso de lesiones y muertes?
Un examen más detallado de los ensayos clínicos originales y de los datos emergentes revela una verdad inquietante: el público nunca fue plenamente informado de los riesgos, y el término “segura y eficaz” fue siempre una frase publicitaria, no una conclusión médica.
Puntos clave
Según un análisis del Instituto Brownstone, el objetivo principal de los ensayos clínicos de Pfizer y Moderna fue notablemente limitado. Los ensayos no probaron si las vacunas impedían que las personas se infectaran o transmitieran el virus. El único enfoque fue reducir síntomas leves en un grupo muy específico de individuos sanos.
Los ensayos no fueron diseñados para registrar adecuadamente las consecuencias de salud a largo plazo, y los efectos adversos graves que ocurrieron se minimizaron o se descartaron. La exejecutiva farmacéutica Sasha Latypova expresó profunda sospecha, señalando que la tecnología de ARNm era conocida por ser inherentemente riesgosa y, de repente, fue reetiquetada como una profilaxis segura para toda la población.
Los ensayos se acortaron, los grupos de control fueron desmantelados al ofrecer la vacuna a los receptores de placebo, y la mayor campaña médica experimental de la historia se lanzó sobre una población mundial desprevenida.
La famosa afirmación de “95% de eficacia” es una clase maestra de engaño estadístico. Ese número representa la reducción del riesgo relativo, una cifra que hace que un beneficio pequeño parezca enorme.
El número realmente significativo para el consentimiento informado es la reducción del riesgo absoluto. En los datos del ensayo de Pfizer, por ejemplo, el riesgo absoluto de desarrollar síntomas de COVID-19 (no enfermedad grave, solo síntomas) se redujo en menos del 1%. Esto significa que más del 99% tanto de los vacunados como de los no vacunados tuvieron el mismo resultado. Presentar la cifra de 95% de riesgo relativo en lugar del menos del 1% de riesgo absoluto creó una falsa percepción de gran beneficio, usada para aplastar la vacilación ante la vacuna y obligar su aplicación a miles de millones de personas.
Una cadena de alertas y peligros ocultos
Mientras se aseguraba al público la seguridad, los organismos gubernamentales y reguladores documentaban en silencio una serie de problemas. Altos funcionarios de las administraciones Trump y Biden sabían sobre fallas graves de supervisión y control de calidad en la planta de Emergent BioSolutions en Baltimore meses antes de que contaminara 15 millones de dosis de la vacuna Johnson & Johnson. Un informe de junio de 2020 advertía que el plan de fabricación de la empresa era inadecuado y que no podía garantizar el éxito, pero esta información crítica se ocultó al público.
Mientras tanto, sistemas pasivos de vigilancia como el Sistema de Notificación de Efectos Adversos de Vacunas (VAERS) comenzaron a recopilar una montaña de datos preocupantes. A finales de febrero de 2021, se habían reportado más de 25.000 eventos adversos, incluidos 1.265 fallecimientos y 4.424 problemas de salud graves.
Aunque las autoridades sanitarias insistían en que estos reportes necesitaban más investigación, fueron igual de rápidas en descartar cualquier posible vínculo. Esto incluyó informes de 180 mujeres embarazadas que experimentaron efectos adversos, con 56 casos de aborto espontáneo o parto prematuro, a pesar de que ninguna de las vacunas había sido probada por seguridad en mujeres embarazadas durante los ensayos clínicos. El cambio repentino de la OMS en su recomendación sobre la vacuna Moderna para embarazadas, en solo 48 horas, reveló una alarmante falta de certeza.
Los peligros no eran teóricos. En Alemania, el 25% de los residentes de un hogar de ancianos murió después de recibir la vacuna Pfizer-BioNTech. Los reguladores europeos finalmente encontraron un “posible vínculo” entre la vacuna AstraZeneca y raros coágulos sanguíneos mortales, con un alto funcionario que incluso declaró que la conexión era “clara” antes de que la agencia retrocediera en su afirmación.
Un estudio preliminar reciente, realizado por investigadores de instituciones como el MIT y la Universidad de Florida, encontró que los adultos que recibieron la vacuna Pfizer tenían un riesgo significativamente mayor de mortalidad por todas las causas, cardiovascular y por COVID-19 en 12 meses, en comparación con los que recibieron la vacuna Moderna, lo que sugiere efectos diferenciales preocupantes.
El impulso antiético y la ciencia silenciada
A pesar de estas claras señales de advertencia, la campaña de coerción se intensificó. Universidades como Cornell anunciaron mandatos de vacunación para sus estudiantes. Programas gubernamentales y medios crearon una sociedad dividida en dos niveles, vilipendiando a los no vacunados y restringiendo su acceso a viajes, empleos y educación. Esta presión ocurrió en total ausencia de consentimiento informado, mientras los verdaderos riesgos revelados en los ensayos clínicos y la vigilancia posterior eran sistemáticamente suprimidos.
Un nuevo análisis de los datos originales de los ensayos de Pfizer y Moderna, publicado en la revista *Vaccine*, encontró que las vacunas de ARNm estaban asociadas con un aumento significativo del riesgo de eventos adversos graves de especial interés. El estudio concluyó que existía un exceso de 12,5 eventos adversos graves por cada 10.000 personas vacunadas. Los autores señalaron que esto demuestra la necesidad urgente de análisis formales de riesgo-beneficio. Sin embargo, discusiones como estas fueron catalogadas como desinformación. Cuando el Dr. Hooman Noorchashm, un cirujano reconocido, envió una carta a la FDA instando a realizar pruebas previas de SARS-CoV-2 para reducir riesgos de lesión por vacuna, fue ignorado.
El sistema fue diseñado no para cuestionar la narrativa, sino para imponerla. La frase “segura y eficaz” no fue una conclusión científica; fue un arma utilizada para silenciar el debate y forzar la obediencia en el experimento médico más grande y poco ético que el mundo haya visto.
Pero, ¿y si esta afirmación fundamental nunca se basó en una ciencia clínica sólida y a largo plazo? ¿Y si toda la narrativa se construyó sobre una ilusión cuidadosamente diseñada, que ignoró riesgos inherentes y manipuló datos para impulsar una campaña global de vacunación que desde entonces ha sido vinculada con un número asombroso de lesiones y muertes?
Un examen más detallado de los ensayos clínicos originales y de los datos emergentes revela una verdad inquietante: el público nunca fue plenamente informado de los riesgos, y el término “segura y eficaz” fue siempre una frase publicitaria, no una conclusión médica.
Puntos clave
- Los ensayos clínicos de las vacunas contra el COVID-19 no se diseñaron para probar la seguridad a largo plazo ni para determinar si las dosis prevenían la transmisión del virus.
- La celebrada afirmación de “95% de eficacia” se derivó de un cálculo engañoso de reducción del riesgo relativo, que ocultaba un beneficio muy pequeño de reducción del riesgo absoluto.
- Documentos internos e informes gubernamentales muestran que las autoridades conocían problemas de fabricación y seguridad mucho antes que el público.
- Los datos de vigilancia posterior a la comercialización de sistemas como VAERS muestran un número alarmante de efectos adversos graves, incluidos fallecimientos, que exigen ser examinados.
- La coacción a poblaciones enteras para recibir un producto médico experimental, basada en datos incompletos y engañosos, representa una violación catastrófica de la ética médica.
Según un análisis del Instituto Brownstone, el objetivo principal de los ensayos clínicos de Pfizer y Moderna fue notablemente limitado. Los ensayos no probaron si las vacunas impedían que las personas se infectaran o transmitieran el virus. El único enfoque fue reducir síntomas leves en un grupo muy específico de individuos sanos.

Los ensayos se acortaron, los grupos de control fueron desmantelados al ofrecer la vacuna a los receptores de placebo, y la mayor campaña médica experimental de la historia se lanzó sobre una población mundial desprevenida.
La famosa afirmación de “95% de eficacia” es una clase maestra de engaño estadístico. Ese número representa la reducción del riesgo relativo, una cifra que hace que un beneficio pequeño parezca enorme.
El número realmente significativo para el consentimiento informado es la reducción del riesgo absoluto. En los datos del ensayo de Pfizer, por ejemplo, el riesgo absoluto de desarrollar síntomas de COVID-19 (no enfermedad grave, solo síntomas) se redujo en menos del 1%. Esto significa que más del 99% tanto de los vacunados como de los no vacunados tuvieron el mismo resultado. Presentar la cifra de 95% de riesgo relativo en lugar del menos del 1% de riesgo absoluto creó una falsa percepción de gran beneficio, usada para aplastar la vacilación ante la vacuna y obligar su aplicación a miles de millones de personas.
Una cadena de alertas y peligros ocultos
Mientras se aseguraba al público la seguridad, los organismos gubernamentales y reguladores documentaban en silencio una serie de problemas. Altos funcionarios de las administraciones Trump y Biden sabían sobre fallas graves de supervisión y control de calidad en la planta de Emergent BioSolutions en Baltimore meses antes de que contaminara 15 millones de dosis de la vacuna Johnson & Johnson. Un informe de junio de 2020 advertía que el plan de fabricación de la empresa era inadecuado y que no podía garantizar el éxito, pero esta información crítica se ocultó al público.
Mientras tanto, sistemas pasivos de vigilancia como el Sistema de Notificación de Efectos Adversos de Vacunas (VAERS) comenzaron a recopilar una montaña de datos preocupantes. A finales de febrero de 2021, se habían reportado más de 25.000 eventos adversos, incluidos 1.265 fallecimientos y 4.424 problemas de salud graves.
Aunque las autoridades sanitarias insistían en que estos reportes necesitaban más investigación, fueron igual de rápidas en descartar cualquier posible vínculo. Esto incluyó informes de 180 mujeres embarazadas que experimentaron efectos adversos, con 56 casos de aborto espontáneo o parto prematuro, a pesar de que ninguna de las vacunas había sido probada por seguridad en mujeres embarazadas durante los ensayos clínicos. El cambio repentino de la OMS en su recomendación sobre la vacuna Moderna para embarazadas, en solo 48 horas, reveló una alarmante falta de certeza.
Los peligros no eran teóricos. En Alemania, el 25% de los residentes de un hogar de ancianos murió después de recibir la vacuna Pfizer-BioNTech. Los reguladores europeos finalmente encontraron un “posible vínculo” entre la vacuna AstraZeneca y raros coágulos sanguíneos mortales, con un alto funcionario que incluso declaró que la conexión era “clara” antes de que la agencia retrocediera en su afirmación.
Un estudio preliminar reciente, realizado por investigadores de instituciones como el MIT y la Universidad de Florida, encontró que los adultos que recibieron la vacuna Pfizer tenían un riesgo significativamente mayor de mortalidad por todas las causas, cardiovascular y por COVID-19 en 12 meses, en comparación con los que recibieron la vacuna Moderna, lo que sugiere efectos diferenciales preocupantes.
El impulso antiético y la ciencia silenciada
A pesar de estas claras señales de advertencia, la campaña de coerción se intensificó. Universidades como Cornell anunciaron mandatos de vacunación para sus estudiantes. Programas gubernamentales y medios crearon una sociedad dividida en dos niveles, vilipendiando a los no vacunados y restringiendo su acceso a viajes, empleos y educación. Esta presión ocurrió en total ausencia de consentimiento informado, mientras los verdaderos riesgos revelados en los ensayos clínicos y la vigilancia posterior eran sistemáticamente suprimidos.

El sistema fue diseñado no para cuestionar la narrativa, sino para imponerla. La frase “segura y eficaz” no fue una conclusión científica; fue un arma utilizada para silenciar el debate y forzar la obediencia en el experimento médico más grande y poco ético que el mundo haya visto.
Publicado el 28 de octubre de 2025
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