Devociones Especiales
Será llamado Príncipe de Paz y
Su Reino no tendrá fin ...
No hay ser humano más débil que un niño recién nacido. No hay vivienda más pobre que una cueva. No hay nada más rudimentario que un pesebre. Sin embargo, ese Niño en esa cueva, y acostado en ese pesebre, iba a transformar el curso de la Historia.
¡Y qué transformación! La más difícil de todas, porque era orientar a los hombres por el camino opuesto a todas sus inclinaciones: el camino de la austeridad, el sacrificio y la cruz. Era invitar a un mundo quebrado por la superstición, el sincretismo religioso y el escepticismo total para convertirse en un mundo de fe. Fue para invitar a una humanidad inclinada a toda iniquidad a comenzar a practicar la justicia. Era un llamamiento al desapego de un mundo que amaba el placer en todas sus formas. Era atraer a la pureza a un mundo donde se conocía, practicaba y adoptaba toda depravación.
Era una tarea evidentemente inviable, pero el Divino Niño comenzó, desde su primer momento en esta tierra, a asumir ese trabajo que ni la fuerza del odio, el poder ni las pasiones humanas pudieron contener. Y venció: El Príncipe de Paz estableció Su Reino, que no tendrá fin.
Pero ahora, 2.000 años después del nacimiento de Cristo, parece que hemos vuelto al punto de partida. La adoración del dinero, la deificación de las masas, la búsqueda de placeres vacíos, el dominio despótico de la fuerza bruta, las supersticiones, el sincretismo religioso, el escepticismo, al final el neopaganismo, en todos sus aspectos, han invadido nuevamente el mundo entero.
Y de la gran luz sobrenatural que empezó a brillar en Belén, pocos rayos aún brillan sobre las leyes, costumbres, instituciones y cultura del mundo moderno. Mientras tanto, vemos el sorprendente aumento del número de quienes se niegan obstinadamente a escuchar la palabra de Dios, de quienes, por las ideas que profesan y las costumbres que practican, se han colocado precisamente en el polo opuesto de la Iglesia.
Es sorprendente que muchos se pregunten cuál es la causa de la crisis titánica en la que está inmerso el mundo. Basta imaginar que si la humanidad cumpliera la ley de Dios, la crisis ipso facto dejaría de existir. El problema, entonces, está en nosotros. Depende de nuestro libre albedrío. Es nuestra inteligencia la que se cierra a la verdad, y en nuestra voluntad la que, influenciada por nuestras pasiones, rechaza el bien. La reforma del hombre es la reforma esencial e indispensable. Con él todo se cumplirá. Sin él, todo lo que vendrá no será nada.
No terminemos sin ofrecer una enseñanza dulce como un panal de miel. Sí, hemos pecado. Sí, inmensas son las dificultades que debemos afrontar para volver, para volver a levantarnos. Sí, nuestros crímenes e infidelidades han atraído merecidamente sobre nosotros la ira de Dios. Pero, junto al pesebre, está la Mediadora más clemente, que no es la Juez severa, sino que tiene para todos nosotros la mayor compasión, ternura e indulgencia de la más perfecta de las madres.
Con la mirada fija en María, unida a Ella y por medio de Ella, pedimos esta Navidad la única gracia que realmente importa: que el Reino de Dios esté en nosotros y alrededor de nosotros.
Todo lo demás nos será dado por acrésimo.
El niño recién nacido cumplió su misión de salvar el mundo
Era una tarea evidentemente inviable, pero el Divino Niño comenzó, desde su primer momento en esta tierra, a asumir ese trabajo que ni la fuerza del odio, el poder ni las pasiones humanas pudieron contener. Y venció: El Príncipe de Paz estableció Su Reino, que no tendrá fin.
Pero ahora, 2.000 años después del nacimiento de Cristo, parece que hemos vuelto al punto de partida. La adoración del dinero, la deificación de las masas, la búsqueda de placeres vacíos, el dominio despótico de la fuerza bruta, las supersticiones, el sincretismo religioso, el escepticismo, al final el neopaganismo, en todos sus aspectos, han invadido nuevamente el mundo entero.
Y de la gran luz sobrenatural que empezó a brillar en Belén, pocos rayos aún brillan sobre las leyes, costumbres, instituciones y cultura del mundo moderno. Mientras tanto, vemos el sorprendente aumento del número de quienes se niegan obstinadamente a escuchar la palabra de Dios, de quienes, por las ideas que profesan y las costumbres que practican, se han colocado precisamente en el polo opuesto de la Iglesia.
Debemos acudir a Nuestra Señora, modelo de clemencia
No terminemos sin ofrecer una enseñanza dulce como un panal de miel. Sí, hemos pecado. Sí, inmensas son las dificultades que debemos afrontar para volver, para volver a levantarnos. Sí, nuestros crímenes e infidelidades han atraído merecidamente sobre nosotros la ira de Dios. Pero, junto al pesebre, está la Mediadora más clemente, que no es la Juez severa, sino que tiene para todos nosotros la mayor compasión, ternura e indulgencia de la más perfecta de las madres.
Con la mirada fija en María, unida a Ella y por medio de Ella, pedimos esta Navidad la única gracia que realmente importa: que el Reino de Dios esté en nosotros y alrededor de nosotros.
Todo lo demás nos será dado por acrésimo.
Extracto de "Et vocabitur Princeps Pacis, cuius regni non erit finis",
Catolicismo , n. 24 de diciembre de 1952
Publicado el 27 de diciembre de 2021
Catolicismo , n. 24 de diciembre de 1952
Publicado el 27 de diciembre de 2021
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