Maldición de los monjes de San Marcial
En un ambiente católico plagado de ecumenismo y de ideas románticas erróneas sobre la caridad, resulta oportuno acercar a los lectores de TIA el texto completo de una de las maldiciones medievales más completas que ha conservado la Historia. Revela que no hay nada de malo en maldecir a los enemigos de la Santa Madre Iglesia, siempre y cuando no se conviertan y sigan haciéndola daño. Publicamos este texto con la esperanza de que muchos católicos puedan darse cuenta de cuán incompleta y parcial es la noción de caridad que hemos recibido, que nos dice que perdonemos siempre a los enemigos y nunca deseemos el mal a nadie.
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Aviso histórico: San Marcial llegó desde Roma a la Galia en el siglo III. Predicó el Evangelio en Limoges, Francia, formó allí una comunidad católica y se convirtió en su primer obispo. Sufrió el martirio a manos de las autoridades romanas. Su tumba, a las afueras de la ciudad, se convirtió en el centro de peregrinaciones durante muchas generaciones. En 848 los canónigos a cargo del lugar y sus reliquias se convirtieron en monjes y adoptaron la Regla de San Benito. La Abadía de San Marcial fue una de las comunidades religiosas más prósperas e influyentes del oeste de Francia.
A continuación se muestra el texto de una maldición que los monjes lanzaron contra enemigos anónimos. Las partes en cursiva son transcripciones o menciones de las Sagradas Escrituras.
Por la presente os informamos, hermanos, que ciertos hombres malvados están devastando la tierra de nuestro señor [Abad] Marcial. Lo están invadiendo, aprovechándolo y destruyéndolo; están perjudicando a nuestros pobres inquilinos, quitándoles lo poco que tienen y lo que está destinado a servir a San Marcial, al señor Abad y a los monjes. Se comportan como aquellos que decían: “Tomemos posesión del santuario de Dios” (Sal 82,13). Entonces aquellos que han invadido y tomado la tierra de San Marcial, no sirven al señor Abad ni a los monjes.
Que sean maldecidos y excomulgados y anatematizados del consorcio de todos los fieles cristianos de Dios. Venga sobre ellos la maldición de todos los santos de Dios (Dt 28:15, 45). Que los Ángeles y Arcángeles de Dios los maldigan. Que los Patriarcas y Profetas los maldigan. Que todos los Apóstoles y todos los Mártires y todos los Confesores y todas las Vírgenes y especialmente San Marcial –a quien tan mal tratan– los maldigan. Que él los destruya, los confunda y los expulse de la faz de la tierra (cf. Jer 1,10; Sal 1,4; Jos 23,13.15).
Vengan sobre ellos todas estas maldiciones y se apoderen de ellos (Deuteronomio 28:15, 45). Que sean malditos en el pueblo. Que sean malditos en el campo (Deuteronomio 28:16). Que sean malditos dentro y fuera de sus casas. Malditos sean los que están de pie y sentados. Malditos sean los que están acostados y caminando. Que sean malditos cuando duermen y cuando están despiertos. Que sean malditos mientras comen y beben. Que sean malditos en los castillos y en las aldeas (cf. Gn 25,16; 2 Mac 8,6; Mt 9,35; Lc 8,1, 9,12, 13,22) . Que sean malditos en los bosques y en las aguas. Que sus esposas y sus hijos (cf. Deuteronomio 28:4, 18; Salmo 108:9) y todos los que se asocian con ellos sean malditos (Ester 14:13; Hechos 5:36, 37). Malditos sean sus sótanos (cf. Dt 28,8), así como sus toneles y todos los vasos en los que beben y comen.
Que sean malditos sus viñedos, sus cultivos y sus bosques. Que sus siervos, si les permanecen leales (Ester 14:13; Hechos 5:36, 37), sean malditos. Todo su ganado y sus animales de trabajo, tanto dentro como fuera de los establos, sean malditos (cf. Dt 28,4, 11, 51, 30,9). Que el Señor envíe sobre ellos hambre (Deuteronomio 28:20) y sed, pestilencia y muerte hasta que sean borrados de la tierra (Deuteronomio 28:21). Que el Señor los golpee con calor y frío (Dt 28:22). Que el Señor arroje sus cuerpos como cebo para las aves del cielo y las bestias de la tierra (Deuteronomio 28:26). Que el Señor los golpee desde la planta de los pies hasta la coronilla (Deuteronomio 28:35) . Que sus casas queden desiertas y que nadie las habite (Sal 68,25).
Que pierdan lo que tienen y no adquieran lo que no tienen. Por fuera, que la espada los destruya, y el terror por dentro (Deuteronomio 32:25). Si siembran semillas en la tierra, cosecharán poco (Deuteronomio 28:38) y si plantan vides, no beberán vino de ellas (Deuteronomio 28:30, 39). Que el Señor envíe sobre ellos grandes plagas y las peores y más implacables enfermedades (cf. Deut 28,39) si no cambian de conducta (cf. Deut 28,38). Pero si no están dispuestos a cambiar (Deuteronomio 28:15), entonces. Que acepten de Dios y de San Marcial la condenación con el diablo y sus ángeles en el infierno y que ardan en el fuego eterno (Mateo 25,41) con Dalthan y Abirón (Números 16:1-33).
Amén, amén (Deuteronomio 27:15-26). Así se extinga todo recuerdo de ellos por los siglos de los siglos (Dt 32:26; Job 18:17; Sal 9:7, 33:17, 108:15; Ecles 10:17, 44:9).
Lester K. Little, Benedictine Maledictions – Liturgical Cursing in Romanesque France,
Cornell University Press, 1993, pp. 60-61; Historical notice, pp. 10-11.
Publicado el 29 de junio de 2024
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