Sociedad Orgánica
Nobleza y Santidad
En la medida en que el hombre supera la esfera inferior de los placeres de los sentidos, asciende gradualmente a esferas superiores. Es un verdadero ascetismo que crea condiciones más propicias para la santidad.
Esto no significa necesariamente que las almas de una esfera social inferior no tengan acceso a altos grados de virtud. Pensar de esta manera sería una simplificación y un error. Un hombre de una condición social inferior tiene otras oportunidades que elevan su alma tanto como un aristócrata se eleva con las cosas refinadas.
Imaginemos a un leñador, padre de familia numerosa, que después de una jornada de duro trabajo vuelve a casa y encuentra una copiosa cena preparada especialmente para él. Luego descansa mirando por una ventana rodeado de toda su familia que lo honra con gran respeto.
Este leñador tiene el gusto modesto de su señorío pequeño, directo y patriarcal cuya sencillez –sin complicaciones culturales y simbólicas- le da la oportunidad de gozar de los valores superiores del alma ligados a su condición social. Esto puede elevar su alma más que un príncipe que no es tan generoso como el leñador y ama a Dios menos que él.
Esto tampoco significa que las puertas de la santidad estén cerradas o menos abiertas para una persona de condición inferior. La gracia de Dios da al hombre de condición muy modesta la posibilidad de ver aspectos elevados de la realidad y amarlos.
Un magnífico ejemplo de ello es Pierre Toussaint, un esclavo negro de Haití que dio heroicas pruebas de su devoción a la Señora de la casa, incluso cuando ella cayó en desgracia.
¿Nobleza es sinónimo de santidad?
La nobleza no debe confundirse con la santidad, pero tampoco debe disociarse de ella.
En la persona humana hay un camino por el cual puede alcanzar la más alta santidad, aunque carezca en su personalidad de todos los refinamientos que la santidad puede producir durante un largo período de tiempo en una familia.
Por ejemplo, tomemos a un hombre que creo que era un santo: Dom Vital, un capuchino brasileño que sirvió como obispo de Olinda desde 1871 hasta su muerte. Podría haber sido de la nobleza terrateniente; no estoy seguro de si lo era, pero no podría pasar por un aristócrata europeo. Sin embargo, después de algunas generaciones con personas tan santas como Dom Vital en una familia, sus miembros ciertamente pasarían por aristócratas europeos.
Esto es diferente del trabajador manual que participa en el Palio de Siena, que normalmente no sería un aristócrata, aunque esos trabajadores generaron una fiesta muy afín a la nobleza, sin ser nobles.
Imaginemos a una dama noble y virtuosa que camina por un jardín y recoge una flor. Ella fija esa flor en su vestido por medio de un broche y continúa su paseo. Ese gesto puede tener una delicadeza que es reflejo de una santidad difundida en la sociedad, que puede ser el reflejo de los santos que vivieron en esa sociedad. Sobre todo puede ser el reflejo de la Iglesia que es Santidad en sí misma.
Por otra parte, podemos imaginar a Santa Ana María Taigi, que trabajaba como empleada doméstica en Roma, cogiendo una flor. Su gesto no puede tener nada de nobleza. ¿Cómo puede ser esto, siendo ella más santa que la otra bella dama que pasea?
Es porque ella no tiene los efectos hereditarios de la santidad, mientras que la primera dama, aunque no siendo santa, tenía esos efectos difundidos en su familia o en su ambiente social. La santidad modela el carácter, pero el carácter no modela inmediatamente el modo de ser. La santidad modela a aquellos en quienes vive en estado de tradición, aunque esas personas no necesariamente la posean.
En los que son nobles, la santidad tiende a hacerlos más nobles. En los que no son nobles, la santidad no tiende necesariamente a hacerlos nobles. Pero favorece otros reflejos de santidad, llevando a las personas a hacer lo propio de su condición de vida de manera excelente.
La dignidad burguesa, por ejemplo, puede ser magnífica en una persona de esta clase. O en la nobleza, por ejemplo, una santa condesa no toma aires de reina, pero puede ser una supercondesa. La norma de la santidad es hacer que una condesa sea cada vez más excelente en esa familia y ambiente. Si se mantiene esa excelente manera de ser y actuar, entonces sería normal que generara una casa principesca.
Un plebeyo que tuvo un abuelo santo ciertamente tiene en su herencia una invitación a elevarse. Pero elevarse no es convertirse en noble. La santidad no es un efecto necesario que produzca nobles, aunque ocasionalmente puede producirlos.
La santidad eleva necesariamente al individuo en su condición, pero no necesariamente a un nivel superior de la sociedad.
Una sociedad noble no es aquella en la que todos tienden a convertirse en príncipes, sino más bien aquella que produce personas excelentes en cada género y clase social. De estas clases de vez en cuando surgen algunas burbujas que ascienden desde una clase inferior hasta la nobleza, pero son excepciones.
A veces la Divina Providencia pide a un noble que renuncie a su alta condición y entre en una inferior para luchar contra alguna tentación. Supongamos que a una persona le gusta mucho el vino y puede discernir los aspectos espirituales y psicológicos del mismo. David dice que “el vino alegra el corazón del hombre” (Sal 103,15)
Pero el vino con su seducción puede hacer que ese hombre olvide su relación con Dios y pueda abusar de él, convirtiéndose en una persona mundana adicta a la bebida desproporcionadamente. Así, para no caer en este vicio, el noble renuncia a su situación de vida y se convierte, por ejemplo, en un mendigo voluntario.
Pero un noble que se reduce a plebeyo y asume la mendicidad movido por la idea de que Dios vale más que todo, se hace más digno que si permaneciera en su condición natural de noble. Su abnegación suprema lo hizo aún más noble. ¡Es muy hermoso!
En cuanto a los dones excelentes de la naturaleza, vemos que Dios quiere que algunos se santifiquen mediante el uso de esos dones, y a otros les pide que renuncien a ellos para alcanzar la santidad. La historia de los santos está llena de ejemplos de ambos casos.
Las cruces vendrán para cada persona. Para algunos vendrán en el palacio del Ministerio de Estado donde la persona está rodeada de un ambiente lujoso. Para otros vendrán en una cabaña o en una choza de mendigo.
Los designios de Dios hacen brillar de una manera u otra a las almas, dándonos una magnífica lección de cómo utilizar los bienes de la tierra, a veces aceptándolos y haciéndolos brillar, otras veces renunciando a ellos.
¿Cuál es el modo más hermoso? Es hacer la voluntad de Dios.
Así, entendemos que un rey puede ser un santo brillando en su corte, y porque vivió en el esplendor de su corte. Y otro puede ser santo renunciando a esa magnificencia, como, por ejemplo, la hija del rey Luis XV, Luisa María de Francia, que renunció a la vida cortesana y se hizo carmelita.
Sin embargo, este tipo de cambio de clase social que Dios pide a veces es excepcional. Habitualmente la persona está llamada a santificarse en la condición en que nació. La pobreza propicia al alma ciertas bellezas, ligereza y candidez que la riqueza, la alta cultura y la cortesía, y la elevada formación filosófica o teológica no dan. Sin embargo, a su vez, estos últimos bienes nutren al alma con cosas que la pobreza no da.
Publicado el 29 de noviembre de 2024
Esto no significa necesariamente que las almas de una esfera social inferior no tengan acceso a altos grados de virtud. Pensar de esta manera sería una simplificación y un error. Un hombre de una condición social inferior tiene otras oportunidades que elevan su alma tanto como un aristócrata se eleva con las cosas refinadas.
Una familia modesta que vive rodeada de respeto crea condiciones para cultivar la virtud.
Este leñador tiene el gusto modesto de su señorío pequeño, directo y patriarcal cuya sencillez –sin complicaciones culturales y simbólicas- le da la oportunidad de gozar de los valores superiores del alma ligados a su condición social. Esto puede elevar su alma más que un príncipe que no es tan generoso como el leñador y ama a Dios menos que él.
Esto tampoco significa que las puertas de la santidad estén cerradas o menos abiertas para una persona de condición inferior. La gracia de Dios da al hombre de condición muy modesta la posibilidad de ver aspectos elevados de la realidad y amarlos.
Un magnífico ejemplo de ello es Pierre Toussaint, un esclavo negro de Haití que dio heroicas pruebas de su devoción a la Señora de la casa, incluso cuando ella cayó en desgracia.
¿Nobleza es sinónimo de santidad?
La nobleza no debe confundirse con la santidad, pero tampoco debe disociarse de ella.
En la persona humana hay un camino por el cual puede alcanzar la más alta santidad, aunque carezca en su personalidad de todos los refinamientos que la santidad puede producir durante un largo período de tiempo en una familia.
Dom Vital, Obispo de Olinda, Brazil
Esto es diferente del trabajador manual que participa en el Palio de Siena, que normalmente no sería un aristócrata, aunque esos trabajadores generaron una fiesta muy afín a la nobleza, sin ser nobles.
Imaginemos a una dama noble y virtuosa que camina por un jardín y recoge una flor. Ella fija esa flor en su vestido por medio de un broche y continúa su paseo. Ese gesto puede tener una delicadeza que es reflejo de una santidad difundida en la sociedad, que puede ser el reflejo de los santos que vivieron en esa sociedad. Sobre todo puede ser el reflejo de la Iglesia que es Santidad en sí misma.
Por otra parte, podemos imaginar a Santa Ana María Taigi, que trabajaba como empleada doméstica en Roma, cogiendo una flor. Su gesto no puede tener nada de nobleza. ¿Cómo puede ser esto, siendo ella más santa que la otra bella dama que pasea?
Es porque ella no tiene los efectos hereditarios de la santidad, mientras que la primera dama, aunque no siendo santa, tenía esos efectos difundidos en su familia o en su ambiente social. La santidad modela el carácter, pero el carácter no modela inmediatamente el modo de ser. La santidad modela a aquellos en quienes vive en estado de tradición, aunque esas personas no necesariamente la posean.
El simple acto de recoger flores puede –o no– revelar la santidad hereditaria en una familia.
La dignidad burguesa, por ejemplo, puede ser magnífica en una persona de esta clase. O en la nobleza, por ejemplo, una santa condesa no toma aires de reina, pero puede ser una supercondesa. La norma de la santidad es hacer que una condesa sea cada vez más excelente en esa familia y ambiente. Si se mantiene esa excelente manera de ser y actuar, entonces sería normal que generara una casa principesca.
Un plebeyo que tuvo un abuelo santo ciertamente tiene en su herencia una invitación a elevarse. Pero elevarse no es convertirse en noble. La santidad no es un efecto necesario que produzca nobles, aunque ocasionalmente puede producirlos.
La santidad eleva necesariamente al individuo en su condición, pero no necesariamente a un nivel superior de la sociedad.
Una sociedad noble no es aquella en la que todos tienden a convertirse en príncipes, sino más bien aquella que produce personas excelentes en cada género y clase social. De estas clases de vez en cuando surgen algunas burbujas que ascienden desde una clase inferior hasta la nobleza, pero son excepciones.
A veces la Divina Providencia pide a un noble que renuncie a su alta condición y entre en una inferior para luchar contra alguna tentación. Supongamos que a una persona le gusta mucho el vino y puede discernir los aspectos espirituales y psicológicos del mismo. David dice que “el vino alegra el corazón del hombre” (Sal 103,15)
Pero el vino con su seducción puede hacer que ese hombre olvide su relación con Dios y pueda abusar de él, convirtiéndose en una persona mundana adicta a la bebida desproporcionadamente. Así, para no caer en este vicio, el noble renuncia a su situación de vida y se convierte, por ejemplo, en un mendigo voluntario.
Pero un noble que se reduce a plebeyo y asume la mendicidad movido por la idea de que Dios vale más que todo, se hace más digno que si permaneciera en su condición natural de noble. Su abnegación suprema lo hizo aún más noble. ¡Es muy hermoso!
En cuanto a los dones excelentes de la naturaleza, vemos que Dios quiere que algunos se santifiquen mediante el uso de esos dones, y a otros les pide que renuncien a ellos para alcanzar la santidad. La historia de los santos está llena de ejemplos de ambos casos.
Las cruces vendrán para cada persona. Para algunos vendrán en el palacio del Ministerio de Estado donde la persona está rodeada de un ambiente lujoso. Para otros vendrán en una cabaña o en una choza de mendigo.
Los designios de Dios hacen brillar de una manera u otra a las almas, dándonos una magnífica lección de cómo utilizar los bienes de la tierra, a veces aceptándolos y haciéndolos brillar, otras veces renunciando a ellos.
¿Cuál es el modo más hermoso? Es hacer la voluntad de Dios.
Así, entendemos que un rey puede ser un santo brillando en su corte, y porque vivió en el esplendor de su corte. Y otro puede ser santo renunciando a esa magnificencia, como, por ejemplo, la hija del rey Luis XV, Luisa María de Francia, que renunció a la vida cortesana y se hizo carmelita.
Sin embargo, este tipo de cambio de clase social que Dios pide a veces es excepcional. Habitualmente la persona está llamada a santificarse en la condición en que nació. La pobreza propicia al alma ciertas bellezas, ligereza y candidez que la riqueza, la alta cultura y la cortesía, y la elevada formación filosófica o teológica no dan. Sin embargo, a su vez, estos últimos bienes nutren al alma con cosas que la pobreza no da.
Publicado el 29 de noviembre de 2024
Sociedad Orgánica fue un tema querido por el difunto Prof. Plinio Corrêa de Oliveira. Abordó este tema en innumerables ocasiones durante su vida, a veces en conferencias para la formación de sus discípulos, a veces en reuniones con amigos que se reunieron para estudiar los aspectos sociales y la historia de la cristiandad, a veces de pasada.
Prof. Plinio
Atila S. Guimarães seleccionó extractos de estas conferencias y conversaciones de las transcripciones de las cintas y sus propias notas personales. Los tradujo y los adaptó en artículos para el sitio web de TIA. En estos textos, la fidelidad a las ideas y palabras originales se mantiene tanto como sea posible.
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