Asuntos Tradicionalistas
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Misa Dialogada - CXLII

El Legado Anti-Escéptico de Ratzinger

Dra. Carol Byrne, Gran Bretaña
Ratzinger fue uno de los teólogos progresistas del siglo XX que buscaban explicaciones alternativas para la Presencia Eucarística que les permitieran superar las restricciones de la Metafísica Tomista a fin de satisfacer los requerimientos del mundo moderno y, especialmente, las demandas del Movimiento Ecuménico. Para lograr estos objetivos, las formulaciones perpetuamente válidas del Concilio de Trento tendrían que ser descartadas bajo el argumento de que son incomprensibles en el mundo de la ciencia moderna y la “fraternidad ecuménica”.

Antes de examinar la contribución de Ratzinger al aggiornamento en el área de la teología eucarística, es oportuno recordar una encíclica papal casi olvidada: Mysterium Fidei (1965) emitida por Pablo VI justo antes del cierre del Vaticano II. En ella, afirmó que “no es permisible ... discutir el misterio de la transubstanciación sin mencionar lo que el Concilio de Trento tenía que decir sobre la maravillosa conversión de toda la sustancia del pan en el Cuerpo y de toda la sustancia del vino en la Sangre de Cristo”. (§ 11)

Para ilustrar su punto sobre la necesidad de usar la terminología correcta “respecto a la fe en las cosas más sublimes,” citó la severa advertencia de San Agustín (Ciudad de Dios, X, 23) sobre este asunto:

“Pero tenemos que hablar de acuerdo con una regla fija, para que una falta de moderación en nuestro discurso no dé lugar a alguna opinión irreverente sobre las cosas representadas por las palabras”. (§ 23)

El problema para Ratzinger (quien afirmaba ser un devoto de San Agustín) era que usar fórmulas fijas no era aceptable: prefería, como veremos, dejar que su imaginación se expandiera libremente sobre formas de describir el “Misterio de la Fe” que apelaran al hombre moderno.

Aquí la sabiduría de San Agustín desmiente la falsa dicotomía del Vaticano II entre la verdadera doctrina y el lenguaje en el que se expresa. La correcta redacción siempre fue considerada esencial por la Iglesia para garantizar el verdadero significado de la transubstanciación, como afirma Mysterium Fidei:

“Y así, la regla del lenguaje que la Iglesia ha establecido a través del largo trabajo de siglos, con la ayuda del Espíritu Santo, y que ha confirmado con la autoridad de los Concilios, y que ha sido más de una vez la divisa y el estandarte de la fe ortodoxa, debe ser religiosamente preservada, y nadie puede presumir de cambiarla a su antojo o bajo el pretexto de nuevo conocimiento. ¿Quién toleraría que las fórmulas dogmáticas usadas por los concilios ecuménicos para los misterios de la Santísima Trinidad y la Encarnación sean juzgadas como ya no adecuadas para los hombres de nuestros tiempos, y que otras sean imprudentemente sustituidas por ellas? De la misma manera, no puede tolerarse que un individuo, por su propia autoridad, quite algo de las fórmulas que usó el Concilio de Trento para proponer el Misterio Eucarístico para nuestra creencia”. (§ 24)

Ahora consideraremos hasta qué punto – o si en absoluto – Ratzinger cumplió con los requisitos de Mysterium Fidei sobre el tema de la transubstanciación. Uno podría tentarse a pensar que todo está bien porque usó el término transubstanciación en más de una ocasión, como por ejemplo en su libro de 2003, God is Near Us. 1 Sin embargo, la forma en que quería que se entendiera esto está envuelta en confusión, ya que solo dos páginas antes había referido al lector a Die Eucharistische Gegenwart (1967) de Edward Schillebeeckx para apoyar su argumento. Schillebeeckx propuso “transignificación” – que fue específicamente condenada por Pablo VI en Mysterium Fidei (§ 11) – para reemplazar la transubstanciación porque creía que la “dimensión ontológica... puede estar abierta a una interpretación diferente a la de la Escolástica”. 2

Ahí radica el problema. La palabra sustancia en la Metafísica Escolástica tiene un significado diferente del mismo término usado en la física moderna. Así que, incluso cuando los teólogos progresistas usan la palabra transubstanciación, no hay garantía de conformidad con la doctrina católica. En su léxico, podría y a menudo significa que lo que cambia durante la Consagración no es la sustancia (entendida en términos Escolásticos) del pan y del vino, sino su significado para el receptor.

A pesar de que Ratzinger afirmaba una doctrina diferente, Pablo VI lo hizo Cardenal

Ratzinger aprovechó el desarrollo de la semántica lexical en tiempos modernos para justificar deshacerse de las categorías aristotélicas de sustancia y accidentes que habían servido a la Iglesia durante siglos, sugiriendo que ya no eran útiles:

“En el curso del desarrollo del pensamiento filosófico y las ciencias naturales, el concepto de sustancia ha cambiado esencialmente (‘essenzialmente mutato’), al igual que la concepción de lo que, en el pensamiento aristotélico, había sido designado por ‘accidente.’ El concepto de sustancia, que antes se aplicaba a toda realidad consistente en sí misma, se refería cada vez más a lo que es físicamente esquivo: a la molécula, al átomo y a las partículas elementales, y hoy sabemos que también estas no representan una ‘sustancia’ última, sino una estructura de relaciones. Con esto surgió una nueva tarea para la filosofía cristiana. La categoría fundamental de toda realidad en términos generales ya no es sustancia, sino relación”. 3

Como es costumbre con las “explicaciones” neo-modernistas, reina la confusión. Las categorías aristotélicas pertenecen a la “filosofía perenne” de la Iglesia y nunca han “cambiado esencialmente,” por lo que siguen siendo válidas y útiles para hoy y en el futuro. Permanecen inafectadas por los avances en el ámbito de la ciencia.

Personalismo de Martin Buber y la ‘teología de la relación’

Martin Buber, anarquista y utópico

El énfasis de Ratzinger en una teología de “relación” en lugar de “ser” como medio para explicar la naturaleza de Dios ilustra los peligros de apartarse de la Metafísica Escolástica. Describió a Dios en términos “personalistas” como una relación, pero sin dirigir la inteligencia humana a conocerlo como la fuente de la Verdad, o la necesidad de primero alinear nuestras mentes con la realidad objetiva antes de poder experimentar verdaderas relaciones con Dios o con los demás.

Aquí vemos una similitud con la “teoría de la relación” del filósofo judío Martin Buber, a quien Ratzinger, en sus propias palabras, “reverenciaba mucho... como el gran representante del Personalismo, el principio Yo-Tú”. 4 Afirmó en varias ocasiones que Buber ejerció una profunda influencia sobre él. Examinemos qué tipo de influencia fue esta.

Buber era un anarquista religioso con ideas utópicas para una revolución radical en la sociedad a lo largo de líneas comunistas. Sus ideas, transpuestas a la esfera política, lo hicieron extremadamente popular entre los católicos de izquierda y liberales. Su gran atractivo era que rechazaba todas las relaciones de poder y estructuras que ejercen autoridad en el sentido de que no debería haber dominación moral de una persona sobre otra. Se podría decir que en algunos aspectos el anarquismo espiritual de Buber iba de la mano con la imagen “piramidal invertida” inspirada en el Vaticano II. Como resultado de adoptar la filosofía del Personalismo de Buber, Ratzinger permitió que ideas socialistas y anarquistas se infiltraran en la Iglesia Católica.

Una nueva teología eucarística

Si nos preguntamos por qué, siempre que Ratzinger abordó la cuestión de la transubstanciación en sus propios escritos teológicos, no dio cuenta adecuada del concepto como exige Mysterium Fidei, la explicación proviene de una fuente de primera mano, sus propias palabras:

“Podemos notar con gratitud que en el siglo pasado se nos ha dado un nuevo y amplio punto de partida, también desde una perspectiva ecuménica, para una teología en profundidad de la Eucaristía, que ciertamente aún necesita ser meditada, vivida y sufrida”. 5 [Énfasis añadido]

La referencia a un nuevo punto de partida para la teología eucarística es difícil de conciliar con su previamente promocionada “hermenéutica de la continuidad,” y es una admisión de cambio doctrinal en favor del “ecumenismo”. Es evidente que esta teología no provino de la Tradición. Su referencia al siglo pasado sitúa la fuente de las nuevas ideas en la “Nueva Teología” que introdujo el Neo-Modernismo en la Iglesia y la instaló en un lugar de honor en el Vaticano II.

Esto hizo extremadamente difícil, si no imposible, para cualquiera que adoptara la nueva teología eucarística – y Ratzinger lo hizo, como dijo, “con gratitud” – transmitir la enseñanza tradicional de la Iglesia sobre la Eucaristía de una manera reconociblemente católica, incluso si la aceptaban internamente.

Por ejemplo, en el siguiente pasaje tomado de su libro, God Is Near Us, Ratzinger da la siguiente explicación de lo que ocurre en la Consagración:

“Hay algo nuevo allí que no estaba antes. Conocer sobre una transformación es parte de la fe eucarística más básica. Por lo tanto, no puede ser el caso que el Cuerpo de Cristo venga a añadirse al pan, como si pan y Cuerpo fueran dos cosas similares que pudieran existir como dos ‘sustancias,’ de la misma manera, lado a lado.

“Se produce una transformación que afecta los dones que llevamos al tomarlos en un orden superior y los cambia, incluso si no podemos medir lo que sucede. Cuando los materiales se toman en nuestro cuerpo como alimento, o de hecho cuando cualquier material se convierte en parte de un organismo vivo, permanece igual, y sin embargo, como parte de un nuevo todo, se cambia a sí mismo. Algo similar sucede aquí. El Señor toma posesión del pan y el vino; los eleva, por así decirlo, fuera del contexto de su existencia normal a un nuevo orden; incluso si, desde un punto de vista puramente físico, permanecen igual, se han vuelto profundamente diferentes”. 6

God is Near Us de Ratzinger mezcla luteranismo con catolicismo

Sin embargo, se detiene en seco y no dice exactamente en qué consiste la diferencia. Podemos ver cómo avanza típicamente hacia la verdad, luego, como se hace en un velero, reposiciona sus velas para alterar el curso, tackeando hacia atrás y hacia adelante entre posiciones católicas y luteranas, pero nunca logra alcanzar la verdad completa. La única certeza que se puede extraer de este batiburrillo de ideas confusas y confundentes es que, cualquiera sea el barco en el que navegaba el futuro Papa, no era la Barcaza de Pedro; él lo dirigía hacia los escollos del “ecumenismo” sin articular una explicación coherente de la verdad central de la transubstanciación. La reformulación de palabras en el pasaje es de gran importancia. Ninguna de las palabras usadas por Ratzinger en relación con la Eucaristía, como transubstanciación, transformación, cambio, conversión, etc., se usa de una manera que haya sido tradicionalmente entendida. Solo mantienen la cubierta exterior de los significados tradicionales.

Esto es claramente el caso en el siguiente extracto de un libro escrito por el Papa Benedicto en sus últimos años, que solicitó que se publicara después de su muerte:

“La transubstanciación, no la consubstanciación, significa transformación, conversio y no solo adición. Esta declaración se extiende mucho más allá de las ofrendas y nos dice fundamentalmente lo que es el cristianismo: es la transformación de nuestras vidas, la transformación del mundo entero en una nueva existencia”. 7

De acuerdo con este modelo que huele a teilhardianismo y la idea del Vaticano II de la Eucaristía como el “sacramento del mundo,” el énfasis ya no está en la Presencia Real, sino que se ha desplazado hacia el pueblo y su papel en la transformación de sí mismo y del mundo.

Continuará

  1. J. Ratzinger, God Is Near Us, San Francisco: Ignatius Press, 2003, p. 87.
  2. Edward Schillebeeckx, The Eucharist, Nueva York: Sheed and Ward, 1968, p. 84.
  3. Benedict XVI, Che Cos’è il Cristianesimo?, p. 130 (versión en línea)
  4. Benedict XVI, Last Testament, p. 99.
  5. Benedict XVI, Che Cos’è il Cristianesimo?, p. 133.
  6. J. Ratzinger, God Is Near Us, p.86.
  7. Benedict XVI, Che Cos’è il Cristianesimo?, p. 132.

Publicado el 16 de septiembre de 2024

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Pre & Post Liturgical Movement Attitudes to Minor Orders - Dialogue Mass 109 by Dr. Carol Byrne
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Dialogue Mass - CX

Pre & Post Liturgical Movement Attitudes to Minor Orders

Dr. Carol Byrne, Great Britain
When we compare the traditional view of Minor Orders with the treatment they received at the hands of liturgical reformers in the 20th century, it becomes evident that the two positions stand in dire contrast to each other. To illustrate this point in greater depth, let us turn again to the exposition of Minor Orders made by Fr. Louis Bacuez who modestly introduced his magnum opus as follows:

minor orders

Starting the whittling away of respect
for the Minor Orders...

“This little book is a sequel to one we have published on Tonsure. God grant that those who make use of it may conceive a great respect for Minor Orders and prepare for them as they should! The dispositions with which they approach ordination will be the measure of the graces they receive, and on this measure depends, in a great part, the fruit that their ministry will produce. To have a rich harvest the first thing necessary is to sow well: Qui parce seminat parce et metet; et qui seminat in benedictionibus de benedictionibus et metet. (2 Cor. 9:6)” (1)

Little did he realize that when he wrote these words every vestige of respect for the Minor Orders would be whittled away by the concerted efforts of progressivists with a negative and dismissive attitude towards them; and that the Liturgical Movement, which had just begun when he published his book, would be dominated by influential liturgists discussing how to overturn them.

Long before the term “Cancel Culture” was invented, they presented the Minor Orders as a form of class-based oppression perpetrated by a clerical “caste” and as a form of spiritually empty legalism, and they went to great lengths to make them look ridiculous.

Far from showing due respect, this involves quite a considerable degree of contempt, not only for the generations of seminarians who were formed within this tradition, but also for the integrity of the great institution of Minor Orders that had served the Church since Apostolic times. In fact, so great was their animosity towards the Minor Orders that they could hardly wait to strip them of their essential nature as functions of the Hierarchy and turn them into lay ministries.

A tree is known by its fruits

These, then, were the hate-filled dispositions that inspired the progressivist reform, and would determine the graces received and the fruit to be produced by those who exercise the new lay “ministries” as opposed to, and in place of, the traditional Minor Orders.

Fr. Bacuez, who wrote his book in the pontificate of Pius X, could never, of course, have envisaged the demise of the Minor Orders, least of all at the hands of a future Pope. He was concerned lest even the smallest amount of grace be lost in the souls of those preparing for the priesthood:

blighted fruit

Blighted fruits from a sick tree

“We shall see, on the Last Day, what injury an ordinand does to himself and what detriment he causes to souls by losing, through his own fault, a part of the graces destined to sanctify his priesthood and render fruitful the fields of the Heavenly Father: Modica seminis detractio non est modicum messis detrimentum. (St. Bernard)” (2)

We do not, however, need to wait till the Last Day to see the effects of a reform that deliberately prevents, as by an act of spiritual contraception, the supernatural graces of the Minor Orders from attaining their God-given end: “to sanctify the priesthood and render fruitful the fields of the Heavenly Father.” For the evidence is all around us that the tree of this reform produced blighted fruits.

First, we note a weakening of the hierarchical structure of the Church and a blurring of the distinction between clergy and laity; second, a “contraceptive” sterility resulting in vocations withering on the vine and below replacement level, seminaries and churches closing down, parishes dying, and the decline in the life of the traditional Catholic Faith as seen in every measurable statistic. The conclusion is inescapable: those who planted this tree and those who now participate in the reform are accomplices in a destructive work.

Advantages of the Minor Orders

A substantial part of Fr. Bacuez’ exposition of the Minor Orders is devoted to the inestimable benefits they bring to the Church. These he divided into the following three categories:
  • The honor of the priesthood;

  • The dignity of worship;

  • The perfection of the clergy.
It is immediately apparent that the Minor Orders were oriented towards the liturgy as performed by the priest and his ministers. In other words, they existed for entirely supernatural ends invested in the priesthood.

A significant and entirely appropriate omission was any mention of active involvement of the laity in the liturgy. Fr. Bacuez’ silence on this issue is an eloquent statement of the mind of the Church that the liturgy is the preserve of the clergy.

We will now take each of his points in turn.

1. The honor of the priesthood

“A statue, however perfect, would never be appreciated by most people, unless it were placed on a suitable pedestal. Likewise the pontificate, which is the perfection of the priesthood, would not inspire the faithful with all the esteem it merits, if it had not beneath it, to give it due prominence, these different classes of subordinate ministers, classes inferior one to another, but the least of which is superior to the entire order of laymen.” (3)

toppling statues

Toppling statues has become popular today:
above,
Fr. Serra in central Los Angeles, California

It is an example of dramatic irony that Fr. Bacuez unwittingly chose the theme of a statue supported by a pedestal to illustrate his point. He was not to know that statues of historical figures would become a major source of controversy in the culture wars and identity politics of our age.

Nor could he have foreseen that toppling monuments – both metaphorical and concrete – was to become a favorite sport of the 20th-century liturgical reformers, their aim being to exalt the status of the laity by “active participation” in clerical roles. And never in his wildest imagination would he have suspected that a future Pope would join in the iconoclastic spree to demolish the Minor Orders about which he wrote with evident pride and conviction.

'Don’t put the priest on a pedestal'

However, the revolutionaries considered that esteem for the Hierarchy and recognition of its superiority over the lay members of the Church was too objectionable to be allowed to survive in modern society. The consensus of opinion among them was that clergy and laity were equals because of their shared Baptism, and placing the priest on a pedestal was not only unnecessary, but detrimental to the interests of the laity.

“Don’t put the priest on a pedestal” was their battle cry. It is the constant refrain that is still doing the rounds among progressivists who refuse to give due honor to the priesthood and insist on accusing the Church of systemic “clericalism.”

But the fundamental point of the Minor Orders – and the Sub-Diaconate – was precisely to be the pedestal on which the priesthood is supported and raised to a position of honor in the Church. When Paul VI’s Ministeria quaedam dismantled the institutional underpinnings of the Hierarchy, the imposing pedestal and columns that were the Minor Orders and Sub-Diaconate were no longer allowed to uphold and elevate the priesthood.

The biblical underpinnings of the Minor Orders

Fr. Bacuez made use of the following passage from the Book of Proverbs:

“Wisdom hath built herself a house; she hath hewn out seven pillars. She hath slain her victims, mingled her wine, and set forth her table.” (9: 1-2)

exorcism

An ordination to the minor order of exorcist, one of the seven columns

He drew an analogy between “the seven columns of the living temple, which the Incarnate Wisdom has raised up to the Divine Majesty” and all the clerical Orders (four Minor and three Major) that exist for the right worship of God. In this, he was entirely justified. For, in their interpretation of this passage, the Church Fathers concur that it is a foreshadowing of the Holy Sacrifice of the Mass performed, as St. Augustine said, by “the Mediator of the New Testament Himself, the Priest after the order of Melchisedek.” (4)

In the 1972 reform, no less than five (5) of the seven columns were brought crashing down from their niches in the Hierarchy to cries of “institutionalized clericalism,” “delusions of grandeur” and “unconscious bias” against the laity.

To further elucidate the affinity of the Minor Orders to the priesthood, Fr. Bacuez gave a brief overview of the cursus honorum that comprised the Orders of Porter, Lector, Exorcist, Acolyte, Sub-Deacon, Deacon and Priest before going on to explain their interrelatedness:

“These seven powers successively conferred, beginning with the last, are superimposed one upon the other without ever disappearing or coming in conflict, so that in the priesthood, the highest of them all, they are all found. The priest unites them all in his person, and has to exercise them all his life in the various offices of his ministry.” (6)

After Ministeria quaedam, however, these rights and powers are no longer regarded as the unique, personal possession of the ordained, but have been officially redistributed among the baptized. It was not simply a question of changing the title from Orders to “ministries”: the real locus of the revolution was in taking the privileges of the “ruling classes” (the representatives of Christ the King) and giving them to their subjects (the laity) as of “right.”

The neo-Marxist message was, and still is, that this was an act of “restorative justice” for the laity who had been “historically wronged.” For the liturgical progressivists, 1972 was, apparently, the year of “compensation.”

Continued

  1. Louis Bacuez SS, Minor Orders, St Louis MO: B. Herder, 1912, p. x. “He who soweth sparingly shall also reap sparingly; and he who soweth in blessings shall also reap blessings.”
  2. Ibid., St. Bernard of Clairvaux, Lenten Sermon on the Psalm ‘Qui habitat,’ Sermones de Tempore, In Quadragesima, Preface, § 1: “If, at the time of sowing, a moderate amount of seed has been lost, the harm done to the harvest will not be inconsiderable.”
  3. Ibid., p. 6.
  4. St. Augustine, The City of God, book XVII, chap. 20: "Of David’s Reign and Merit; and of his son Solomon, and of that prophecy relating to Christ, which is found either in those books that are joined to those written by him, or in those that are indubitably his."
  5. These were the four Minor Orders and the Major Order of the Sub-Diaconate.
  6. L. Bacuez, op. cit., p. 5.

Posted December 10, 2021

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