Asuntos Tradicionalistas
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Misa Dialogada - CXLV

El papel de Ratzinger en el rechazo
de los documentos originales del Vaticano II

Dra. Carol Byrne, Gran Bretania
El padre Joseph Ratinger fue el asistente personal del cardenal Frings de Colonia, quien no sólo fue miembro del Comité Preparatorio Central del Concilio, sino también presidente de la Conferencia Episcopal de Alemania Occidental (que, como hemos visto en un artículo anterior, fue el más militante de todos los grupos europeos que presionaron por una revolución radical en la Iglesia desde los años 50).

Esta información de fondo será útil tenerla en cuenta si consideramos que el cardenal Frings encargó al profesor Ratzinger evaluar los borradores originales para determinar su idoneidad para ser enviados al Concilio y preparar material escrito que el cardenal pudiera presentar oralmente durante las sesiones de votación.

Card. Frings tomó a Ratzinger bajo su protección

Hay pruebas suficientes de varias fuentes para demostrar que, cualesquiera que sean las declaraciones que el cardenal hizo durante las sesiones del Concilio, en su mayoría siguió (de memoria debido a su mala vista) un guión escrito por el profesor Ratzinger. Los biógrafos Peter Seewald y Norbert Trippen proporcionan ejemplos.1 Este último identificó numerosos ejemplos de las intervenciones del cardenal Frings en el Concilio como si hubieran sido escritas por Ratzinger.

Pero la prueba decisiva proviene del propio Ratzinger, quien describió con cierto detalle, sin mostrar ninguna conciencia de la naturaleza cómica de la situación, el procedimiento que tuvo lugar en el Colegio Anima de habla alemana en Roma para preparar a Frings para su papel en el Concilio. Según su propio relato, el anciano cardenal fue sometido a varias sesiones ante el joven Ratzinger, en las que tuvo que memorizar un texto redactado y leído por él mismo, y ensayarlo bien antes de pronunciarlo en el Concilio.2

Por tanto, en aras de la transparencia, sería más exacto atribuir las declaraciones de Frings en el aula a la influencia del padre Ratzinger, aunque no todo lo que dijo fue memorizado palabra por palabra, y permitiendo quizás algunos giros adicionales introducidos por el propio cardenal. Por ejemplo:

1.Esquema sobre las fuentes de la revelación

El padre Ratzinger rechazó el borrador original del esquema sobre las fuentes de la Revelación en 1962, después de que hubiera sido aprobado por la Comisión Preparatoria Central y el Papa Juan XXIII. Para reemplazarlo, al menos en parte, recomendó el esquema De Verbo Dei presentado por su correligionario progresista, el Card. Bea, Presidente del Secretariado para la Promoción de la Unidad Cristiana.

No se dio ninguna razón sólida para la sustitución, sólo el juicio arbitrario de Ratzinger de que el nuevo texto “trata el mismo tema, pero de una manera mejor”.3 Ahora está claro que lo que quería decir con “mejor” era “más protestante”, ya que su propio trabajo sobre el tema de la Revelación fue un intento de lograr una reconciliación entre las posiciones católica y luterana.

Card. Augustin Bea, S.J.

El esquema original había seguido la enseñanza de la Iglesia, claramente establecida en los Manuales, de que hay dos fuentes distintas de Revelación: la Escritura y la Tradición, con lo que se quiere decir que el contenido de la doctrina de la Iglesia se deriva de esas dos fuentes. Pero Ratzinger sostuvo que sólo hay una fuente de Revelación, la Palabra de Dios que habla continuamente a través de los siglos en un diálogo interminable entre Dios y el hombre.

La nueva formulación atrajo fuertemente a los neomodernistas, quienes aceptaron de buena gana los argumentos de Ratzinger de que el Concilio de Trento tenía una concepción “incompleta” de la Revelación y que su decreto era el resultado de un “compromiso” entre fuerzas opuestas en las sesiones de debate.4

Concluyó que si bien la Revelación, en su “contenido histórico y material”, puede estar cerrada, no obstante sigue abierta a una mayor interpretación por parte del “trabajo teológico actual, con su nueva perspectiva”. En otras palabras, la Revelación es a la vez cerrada y abierta, y está sujeta a cambios. Este es un ejemplo típico del uso de sofistería para permitir que dos afirmaciones contradictorias sean verdaderas al mismo tiempo, y un margen de maniobra para que una élite de teólogos académicos (incluido él mismo) imponga al resto de la Iglesia una reinterpretación de la Revelación.

¿En qué lugar deja eso al contenido de la doctrina de la Iglesia, también conocida como el Depósito de la Fe? Evidentemente, al margen, ya que hoy casi nunca se alude a ella. No es difícil ver cómo sucedió esto. Los neomodernistas no tienen ningún interés en el contenido real de la Revelación, que consiste en verdades sobrenaturales propuestas al intelecto y que deben aceptarse con la autoridad de la revelación de Dios.

Ratzinger veía la Revelación como un “acto de habla” de Dios que requiere un “compañero de diálogo” (el hombre) antes de que pueda considerarse “real”. La revelación, al parecer, sólo puede alcanzar el carácter de realidad si va acompañada de una “participación activa”, lo que implica que el hombre mismo es parte integrante de la revelación y tiene un papel determinante en su interpretación y aplicación a las circunstancias cambiantes de la vida.

Fr. La expresión de Ratzinger revela tanto insolencia como una fuerte determinación de destruir la Tradición

Su hipótesis de que la Revelación recibe su validez de la respuesta del hombre es un argumento superficialmente plausible pero falaz extraído de su propia filosofía “personalista”. Santo Tomás de Aquino enseñó que la verdad sobrenatural (de la que se compone la Revelación) existe independientemente de la persona que busca conocerla, y que tiene un valor objetivo e intrínseco completamente fuera de la conciencia humana.

No es la respuesta del hombre la que da valor a la Revelación; es la verdad de la Revelación la que da valor al hombre; pero sólo puede hacerlo si es independiente del hombre. No hay, por lo tanto, ningún enfoque “personal” al mensaje divinamente revelado disponible en esta vida más que aceptar aquellas verdades que la Iglesia ubica en la Escritura o en la Tradición y que nos presenta como infaliblemente verdaderas en su Magisterio Ordinario o Universal.

Al rechazar el esquema original sobre las Fuentes de la Revelación, Ratzinger trató de justificar su alejamiento de la ortodoxia católica con los siguientes argumentos:

“El texto era… totalmente el producto de la mentalidad ‘antimodernista’ que había tomado forma a finales del siglo. El texto fue escrito en un espíritu de condena y negación… [tenía] un tono gélido e incluso ofensivo para muchos de los Padres… el contenido del texto no era nuevo para nadie. Era exactamente como docenas de libros de texto familiares para los obispos de sus días de seminario: y en algunos casos, sus antiguos profesores eran en realidad responsables de los textos que ahora se les presentaban”.5

Esto nos dice todo lo que necesitamos saber sobre la base antitradicional de la “Nueva Teología” del Vaticano II, que está representada en todos los esquemas revisados. Ratzinger, como podemos ver en la cita anterior, era inflexible en su postura de que la cruzada antimodernista del Papa San Pío X debía ser revocada y derrotada. Su objeción al “espíritu de condenación y negación” (que el Papa Juan XXIII atribuyó posteriormente a los “profetas del desastre”) es irónica, considerando que él mismo emplea el mismo espíritu en su propio rechazo y condena de los Manuales preconciliares.

Fr. Henri de Lubac fue el principal líder de la Nueva Teología y el ressourcement, el retorno a las fuentes

De su referencia al “tono frío e incluso ofensivo hacia muchos de los Padres” se desprende claramente que sólo se preocupaba de defender las opiniones de los obispos progresistas del Concilio, quienes, por definición, descartaban la enseñanza de los Manuales aprobados en la medida en que reflejaban la ortodoxia y la disciplina del Magisterio reinante. No olvidemos que defender los intereses de los progresistas implica destrozar la posición de los Padres tradicionalistas que habían elaborado los primeros esquemas (y que quedaron muy conmocionados por las versiones reformadas).

Para colmo de males, procedió a hacer comentarios despectivos sobre la formación seminarista “manualista” de los obispos tradicionales, sugiriendo que habían sido adoctrinados con teorías rígidas y anticuadas.

Parece que ésta era una manera oblicua de acusar a la enseñanza del Magisterio (reflejada en los Manuales teológicos aprobados) de haber enseñado una teología defectuosa sobre la Revelación en los seminarios durante siglos.

Esta impresión se ve reforzada por el hecho de que Ratzinger era un seguidor de los teólogos resourcementistas del siglo XX encabezados por el padre Henri de Lubac SJ. Su metodología consistía en pasar por alto los Manuales e ir directamente a la Biblia y a los primeros Padres, interpretándolos al estilo protestante según sus propias luces. No es extraño que los resultados de sus investigaciones académicas a menudo se opusieran a las enseñanzas católicas.

Continuará ...

  1. Peter Seewald, Last Testament, p. 132; Norbert Trippen, Kardinal Frings, vol. 2.
  2. J. Ratzinger, ‘Kardinal Frings und das II Vatikanische Konzil’, in Dieter Froitzheim (ed.), Kardinal Frings: Leben und Werk, Cologne: Wienand, 1979, p. 203.
  3. Josef Frings/Joseph Ratzinger, Acta Synodalia Sacrosancti Concilii Oecumenici Vaticani II: Appendix prima, September 1962, Typis Polyglottis Vaticanis, 1983, p. 76: “maior pars schematis De Verbo Dei quondam a Cardinali Bea propositi supponendum videtur, quod eandam materiam meliore tamen modo, tradit.”
  4. Karl Rahner and Joseph Ratzinger, Revelation and Tradition, trans. W.J. O’Hara, New York: Herder and Herder, 1966, pp 65-66.
  5. Joseph Ratzinger, Theological Highlights of Vatican II, New York: Paulist Press,

Publicado el 10 de diciembre de 2024

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Pre & Post Liturgical Movement Attitudes to Minor Orders - Dialogue Mass 109 by Dr. Carol Byrne
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Dialogue Mass - CX

Pre & Post Liturgical Movement Attitudes to Minor Orders

Dr. Carol Byrne, Great Britain
When we compare the traditional view of Minor Orders with the treatment they received at the hands of liturgical reformers in the 20th century, it becomes evident that the two positions stand in dire contrast to each other. To illustrate this point in greater depth, let us turn again to the exposition of Minor Orders made by Fr. Louis Bacuez who modestly introduced his magnum opus as follows:

minor orders

Starting the whittling away of respect
for the Minor Orders...

“This little book is a sequel to one we have published on Tonsure. God grant that those who make use of it may conceive a great respect for Minor Orders and prepare for them as they should! The dispositions with which they approach ordination will be the measure of the graces they receive, and on this measure depends, in a great part, the fruit that their ministry will produce. To have a rich harvest the first thing necessary is to sow well: Qui parce seminat parce et metet; et qui seminat in benedictionibus de benedictionibus et metet. (2 Cor. 9:6)” (1)

Little did he realize that when he wrote these words every vestige of respect for the Minor Orders would be whittled away by the concerted efforts of progressivists with a negative and dismissive attitude towards them; and that the Liturgical Movement, which had just begun when he published his book, would be dominated by influential liturgists discussing how to overturn them.

Long before the term “Cancel Culture” was invented, they presented the Minor Orders as a form of class-based oppression perpetrated by a clerical “caste” and as a form of spiritually empty legalism, and they went to great lengths to make them look ridiculous.

Far from showing due respect, this involves quite a considerable degree of contempt, not only for the generations of seminarians who were formed within this tradition, but also for the integrity of the great institution of Minor Orders that had served the Church since Apostolic times. In fact, so great was their animosity towards the Minor Orders that they could hardly wait to strip them of their essential nature as functions of the Hierarchy and turn them into lay ministries.

A tree is known by its fruits

These, then, were the hate-filled dispositions that inspired the progressivist reform, and would determine the graces received and the fruit to be produced by those who exercise the new lay “ministries” as opposed to, and in place of, the traditional Minor Orders.

Fr. Bacuez, who wrote his book in the pontificate of Pius X, could never, of course, have envisaged the demise of the Minor Orders, least of all at the hands of a future Pope. He was concerned lest even the smallest amount of grace be lost in the souls of those preparing for the priesthood:

blighted fruit

Blighted fruits from a sick tree

“We shall see, on the Last Day, what injury an ordinand does to himself and what detriment he causes to souls by losing, through his own fault, a part of the graces destined to sanctify his priesthood and render fruitful the fields of the Heavenly Father: Modica seminis detractio non est modicum messis detrimentum. (St. Bernard)” (2)

We do not, however, need to wait till the Last Day to see the effects of a reform that deliberately prevents, as by an act of spiritual contraception, the supernatural graces of the Minor Orders from attaining their God-given end: “to sanctify the priesthood and render fruitful the fields of the Heavenly Father.” For the evidence is all around us that the tree of this reform produced blighted fruits.

First, we note a weakening of the hierarchical structure of the Church and a blurring of the distinction between clergy and laity; second, a “contraceptive” sterility resulting in vocations withering on the vine and below replacement level, seminaries and churches closing down, parishes dying, and the decline in the life of the traditional Catholic Faith as seen in every measurable statistic. The conclusion is inescapable: those who planted this tree and those who now participate in the reform are accomplices in a destructive work.

Advantages of the Minor Orders

A substantial part of Fr. Bacuez’ exposition of the Minor Orders is devoted to the inestimable benefits they bring to the Church. These he divided into the following three categories:
  • The honor of the priesthood;

  • The dignity of worship;

  • The perfection of the clergy.
It is immediately apparent that the Minor Orders were oriented towards the liturgy as performed by the priest and his ministers. In other words, they existed for entirely supernatural ends invested in the priesthood.

A significant and entirely appropriate omission was any mention of active involvement of the laity in the liturgy. Fr. Bacuez’ silence on this issue is an eloquent statement of the mind of the Church that the liturgy is the preserve of the clergy.

We will now take each of his points in turn.

1. The honor of the priesthood

“A statue, however perfect, would never be appreciated by most people, unless it were placed on a suitable pedestal. Likewise the pontificate, which is the perfection of the priesthood, would not inspire the faithful with all the esteem it merits, if it had not beneath it, to give it due prominence, these different classes of subordinate ministers, classes inferior one to another, but the least of which is superior to the entire order of laymen.” (3)

toppling statues

Toppling statues has become popular today:
above,
Fr. Serra in central Los Angeles, California

It is an example of dramatic irony that Fr. Bacuez unwittingly chose the theme of a statue supported by a pedestal to illustrate his point. He was not to know that statues of historical figures would become a major source of controversy in the culture wars and identity politics of our age.

Nor could he have foreseen that toppling monuments – both metaphorical and concrete – was to become a favorite sport of the 20th-century liturgical reformers, their aim being to exalt the status of the laity by “active participation” in clerical roles. And never in his wildest imagination would he have suspected that a future Pope would join in the iconoclastic spree to demolish the Minor Orders about which he wrote with evident pride and conviction.

'Don’t put the priest on a pedestal'

However, the revolutionaries considered that esteem for the Hierarchy and recognition of its superiority over the lay members of the Church was too objectionable to be allowed to survive in modern society. The consensus of opinion among them was that clergy and laity were equals because of their shared Baptism, and placing the priest on a pedestal was not only unnecessary, but detrimental to the interests of the laity.

“Don’t put the priest on a pedestal” was their battle cry. It is the constant refrain that is still doing the rounds among progressivists who refuse to give due honor to the priesthood and insist on accusing the Church of systemic “clericalism.”

But the fundamental point of the Minor Orders – and the Sub-Diaconate – was precisely to be the pedestal on which the priesthood is supported and raised to a position of honor in the Church. When Paul VI’s Ministeria quaedam dismantled the institutional underpinnings of the Hierarchy, the imposing pedestal and columns that were the Minor Orders and Sub-Diaconate were no longer allowed to uphold and elevate the priesthood.

The biblical underpinnings of the Minor Orders

Fr. Bacuez made use of the following passage from the Book of Proverbs:

“Wisdom hath built herself a house; she hath hewn out seven pillars. She hath slain her victims, mingled her wine, and set forth her table.” (9: 1-2)

exorcism

An ordination to the minor order of exorcist, one of the seven columns

He drew an analogy between “the seven columns of the living temple, which the Incarnate Wisdom has raised up to the Divine Majesty” and all the clerical Orders (four Minor and three Major) that exist for the right worship of God. In this, he was entirely justified. For, in their interpretation of this passage, the Church Fathers concur that it is a foreshadowing of the Holy Sacrifice of the Mass performed, as St. Augustine said, by “the Mediator of the New Testament Himself, the Priest after the order of Melchisedek.” (4)

In the 1972 reform, no less than five (5) of the seven columns were brought crashing down from their niches in the Hierarchy to cries of “institutionalized clericalism,” “delusions of grandeur” and “unconscious bias” against the laity.

To further elucidate the affinity of the Minor Orders to the priesthood, Fr. Bacuez gave a brief overview of the cursus honorum that comprised the Orders of Porter, Lector, Exorcist, Acolyte, Sub-Deacon, Deacon and Priest before going on to explain their interrelatedness:

“These seven powers successively conferred, beginning with the last, are superimposed one upon the other without ever disappearing or coming in conflict, so that in the priesthood, the highest of them all, they are all found. The priest unites them all in his person, and has to exercise them all his life in the various offices of his ministry.” (6)

After Ministeria quaedam, however, these rights and powers are no longer regarded as the unique, personal possession of the ordained, but have been officially redistributed among the baptized. It was not simply a question of changing the title from Orders to “ministries”: the real locus of the revolution was in taking the privileges of the “ruling classes” (the representatives of Christ the King) and giving them to their subjects (the laity) as of “right.”

The neo-Marxist message was, and still is, that this was an act of “restorative justice” for the laity who had been “historically wronged.” For the liturgical progressivists, 1972 was, apparently, the year of “compensation.”

Continued

  1. Louis Bacuez SS, Minor Orders, St Louis MO: B. Herder, 1912, p. x. “He who soweth sparingly shall also reap sparingly; and he who soweth in blessings shall also reap blessings.”
  2. Ibid., St. Bernard of Clairvaux, Lenten Sermon on the Psalm ‘Qui habitat,’ Sermones de Tempore, In Quadragesima, Preface, § 1: “If, at the time of sowing, a moderate amount of seed has been lost, the harm done to the harvest will not be inconsiderable.”
  3. Ibid., p. 6.
  4. St. Augustine, The City of God, book XVII, chap. 20: "Of David’s Reign and Merit; and of his son Solomon, and of that prophecy relating to Christ, which is found either in those books that are joined to those written by him, or in those that are indubitably his."
  5. These were the four Minor Orders and the Major Order of the Sub-Diaconate.
  6. L. Bacuez, op. cit., p. 5.

Posted December 10, 2021

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